Contra la mascarilla obligatoria, ¿te has parado a pensar?
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¿TE HAS PARADO A PENSAR EN SI LA MASCARILLA OBLIGATORIA DE VERDAD
SIRVE PARA LO QUE NOS DICEN QUE SIRVE?
¿TE HAS PARADO A PENSAR EN QUE PARA LO ÚNICO QUE SEGURO QUE SIRVE
ES PARA NO DEJARNOS HABLAR NI RESPIRAR, PARA ALIMENTAR EL CLIMA GENERALIZADO DE
MIEDO, PARA QUE CADA CUAL MUESTRE SU OBEDIENCIA, PARA SEÑALAR AL QUE NO SE
SOMETE?
¿TE HAS PARADO A PENSAR EN QUE, CUANDO UNA ORDEN ES TAN ESTÚPIDA Y
TAN DAÑINA, SE PUEDE DESOBEDECER?
CONTRA LA MASCARILLA OBLIGATORIA,¿TE HAS PARADO A PENSAR?
Desde la orden gubernamental
del 19 de mayo, confirmada y retocada por Real Decreto el 9 de junio (es decir,
en pleno estado de excepción), y hasta que el gobierno tenga a bien declarar «finalizada
la situación de crisis sanitaria» (es decir, hasta no se sabe cuándo), «las
personas de seis años en adelante» están obligadas a llevar mascarilla.
Son muchos los estudios que
muestran que las mascarillas no sirven para impedir el
contagio de enfermedades respiratorias del tipo del virus corona.* La propia
OMS reconoce que «no hay suficientes pruebas a favor o en contra del uso
de mascarillas (médicas o de otro tipo) por personas sanas».** ¿Qué sentido
tiene entonces imponer su uso por ley, y encima a enfermos y sanos por igual?
Por otra parte, se nos ha
obligado a usar mascarilla justo cuando lo peor de la epidemia ha pasado.
Los hospitales ya no están saturados. Y no tiene sentido querer frenar a
cualquier precio una enfermedad que, al menos en este momento, sólo resulta
peligrosa en una parte muy pequeña de los casos. Siempre ha habido enfermedades
de transmisión similar y nunca se nos ha obligado a llevar mascarilla. Ahora
mismo hay menos peligro que en plena temporada de gripe en otros años.
Pero no es sólo que haya muchas
dudas, y muy razonables, sobre la capacidad de la mascarilla para evitar
contagios. Es que además puede ser perjudicial para la salud.
Cualquiera sabe que llevar mascarilla es un incordio y una guarrería que no
puede sentar bien a nadie. Pero si alguien necesita que se lo confirme la
ciencia, que sepa que no faltan científicos que avisan de que el vapor que
exhalamos y se va acumulando en la mascarilla es un caldo de cultivo perfecto
para virus, bacterias, hongos y parásitos presentes en el aire, y de que las
mascarillas impiden que eliminemos correctamente el anhídrido carbónico que
exhalamos, haciendo que ese desecho nocivo vuelva a entrar en la sangre a
través de los pulmones, de modo que, en lugar de nutrir las células con el
oxígeno que necesitan, se les devuelve una sustancia tóxica, lo que puede hacer
enfermar de maneras mucho más graves que las que se pretenden impedir con la
mascarilla.*** ¿Cómo puede ser que en nombre de la salud se nos impida respirar
bien?
Si no sirve para lo que dicen
que sirve, ¿para qué sirve entonces la mascarilla obligatoria?
Utilizar correctamente una
mascarilla exige el cumplimiento constante de una serie de instrucciones
bastante engorrosas (cambiarla cada cuatro horas, lavarse las manos antes y
después de tocarla, etc.) que nadie o casi nadie observa. Cada cual lleva
la mascarilla como buenamente puede. O sea, mal. Y no pasa nada, porque lo
único que está mandado es que la lleve. Esta imposibilidad de usar
correctamente la mascarilla, y la palmaria indiferencia de las autoridades al
respecto, demuestra que la función de la mascarilla no es sanitaria,
sino político-religiosa: no se trata de recomendaciones más o menos
razonables, sino de una imposición legal, de un acto de fuerza; no se
trata de mirar por la salud, sino de que se cumpla el ritual de adhesión y de
obediencia, que es la manera única y obligatoria de conjurar la amenaza
abstracta y de evitar el castigo concreto.
Pero cualquiera se da cuenta de
que el efecto principal que tiene esta imposición legal y este
ritual supersticioso es el de separar (en el doble sentido de aislar y clasificar) a
la gente: la mascarilla hace que sea muy difícil hablar, oculta la
mitad de la cara o más y alimenta así la idea de que somos peligrosos los unos
para los otros, dejando señalado como «egoísta» (y quién sabe qué más) a
quien no se somete, de forma que los obedientes puedan volverse contra él. La
agresividad, los malos modos y la intimidación contra quienes se resisten más o
menos a llevar la mascarilla, y el desprecio absoluto por las razones que
puedan asistirles, están ya a la orden del día.
Pues bien, contra una norma tan
estúpida y tan dañina, o sea, tan irracional, cabe desobedecer, o
al menos no obedecer más de lo que manda la propia Ley. Digan lo que digan
policías, vigilantes, empleados de comercios y servicios públicos y nuestros
propios vecinos, por ahora la mascarilla sólo es obligatoria por ley
cuando no se puede guardar la distancia de seguridad de metro y medio, lo mismo en sitios
cerrados que abiertos, y en los transportes públicos. Y están exentos de ella
los niños de menos de seis años; quienes hagan deporte al aire libre; personas
en supuestos de fuerza mayor o situación de necesidad; quienes tengan algún
problema de salud que les impida llevarla; quienes estén haciendo cosas incompatibles
con el uso de mascarilla. Así que quienes coman pipas en el tren, quienes se
besen en los autobuses, quienes se suenen los mocos o fumen o beban o lo que
sea donde sea han de estar exentos. Claro que las principales actividades
incompatibles con el uso de las mascarillas son hablar y respirar. Exentos
están también quienes tengan, por ejemplo, algo de asma o les dé ansiedad
llevarla, y esto último da la impresión de que nos pasa más o menos a todos.
Como las autoridades tienen la manía de no creer a la gente y la cosa se ha
puesto tan violenta, hay quien prefiere que un médico le certifique por escrito
esta incompatibilidad suya con las mascarillas. Otros prefieren obedecer de
manera paródica o exagerada y pintarse en la mascarilla lemas como «Yo obedezco»,
o el dibujito que ilustra este panfleto, o se ponen un bozal encima de la
mascarilla, o salen a la calle con una escafandra o con un burka… Otros
desobedecen sin más y no se la ponen nunca, o no se la ponen hasta que no les
obligan. Las ocurrencias de la inteligencia no sometida no tienen fin.
Porque la salud no puede ser obligatoria
Porque no tiene sentido perder la vida para salvarla
Porque lo que nos están obligando a sacrificar no son nimiedades
o lujos prescindibles, sino la vida misma…
CONTRA LA MASCARILLA OBLIGATORIA,
¿POR QUÉ NO DAMOS LA CARA?
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